lunes, 14 de marzo de 2011

El corazón...

 Nuestra vida es un reflejo del concepto que tenemos de ella. Las cosas son lo que creemos que son o lo que nuestra inteligencia nos da a entender qué son. Ese es el límite del conocimiento humano: el cómo nuestro ser interactúa con el mundo exterior y lo interpreta. Sin embargo, cuando digo límite no me refiero a que éste sea rígido; antes al contrario es elástico: el ser humano evoluciona y esa evolución de su ser en general le lleva a poder percibir y comprender nuevas dimensiones de la realidad. Valga decir que esa evolución no se trata simplemente del desarrollo intelectual, sino de una alquimia del ser en su totalidad: una transformación que incluye cuerpo, mente y alma. El motor es el corazón; de hecho los antiguos egipcios afirmaban que la inteligencia reside en el corazón y ello, en mi opinión, no es una mitología sin más como han querido hacer ver, sino una sentencia clara que nos invita a darle más valor a nuestras emociones y sentimientos y colocar las ideas racionales al servicio de éstos. Claro está, ocurre que el corazón humano se considera tonto y peligroso por ser intemperante; pero la realidad es que simplemente -y ello a causa de no valorarle y educarle convenientemente- es inmaduro...