domingo, 7 de septiembre de 2014

Respetarse a sí mismo…

El mayor de todos los problemas es la falta de autoconocimiento y fe en el propósito que cada uno lleva consigo desde que nace. Siempre haciendo concesiones, siguiendo sin hacerse cuestionamiento alguno el manual de existencia impuesta por el status quo, esperando un mañana que no es más que una manera de excusar la debilidad propia y un hoy que no tiene ningún sentido y que, por tanto, no puede dar nunca por fruto ninguna otra cosa que no sea su consecuencia. Es más lógico ser conscientes de que caer mal a algunos por ser uno mismo es la realidad y que, por el contrario, intentar contentar a todos es del todo una ilusión francamente absurda.

Para ser útil a los demás es indispensable primero serlo para sí mismo, y para ello es menester ser libres de pensamiento y acción, tener la certeza de que la autenticidad, por difícil que resulte en muchos momentos, siempre llevará a buen puerto. No es posible vender el alma por monedas y creer que eso nos llevará a la felicidad. Para quienes aún crean que la esclavitud es cosa del pasado, debo decir que lo que he expresado más arriba es precisamente eso. Es un camino que tarde o temprano lleva al acartonamiento y a la degradación de sí mismo.

Las acciones del ser humano han de ser el fiel reflejo de lo que se es y cree, eso es lo que lleva al sentimiento de integridad y sentido. Eso es lo que significa el respeto a sí mismo, que tiene poco o a veces incluso nada que ver con la reputación que se pueda tener de cara a los demás. Y así, por ejemplo, baste con recordar a Jesuscristo, una figura rodeada de delincuentes y terroristas, pero cuyas acciones estaban guiadas por el pleno conocimiento del bien supremo y que pese a haber sido maltratado y humillado, ha trascendido con dignidad hasta nuestros días, sembrando una semilla de incalculable valor para la humanidad. Baste con saber dentro de sí mismo que lo que hacemos es por el bien y saber reconocer nuestros errores cuando sea necesario.

Hacer valer lo que creemos correcto sin imponer nuestra verdad como absoluta, porque ciertamente nunca lo es. Pero al fin y al cabo expresarla o incluso callar cuando lo que se va a decir es innecesario o pernicioso. Asumir un día de tormenta como lo que es y no como algo que pudiera definir erróneamente nuestra vida. Es sólo una enseñanza que, como el carbón, debemos tener la sabiduría convertirla en diamante.